Despertó, despertó, despertó...

Sentada al borde de la cama, y después de 2 largas horas, Amanda aún trataba de reconocerse. Observó lentamente y en detalle cada uno de sus movimientos, repasó cada línea de sus manos como queriendo que le contaran su propia historia, percibió uno a uno sus sentidos y entonces comenzó a entender quién era.

Escuchó el silencio ingrávido por primera vez, y en cada sonido un eco profundo pero conocido. Sonrió al encontrar en su pecho la respiración, y al sonreír se asombró del susurro áspero que de su garganta brotó. El suspenso de saber que tenía ese "ruido escondido" la emocionó, pero no quiso forzar su propio descubrimiento.

- ¿Cómo será mi voz?
- pensó.

Sin darse cuenta, Amanda estaba rodeada de PENAS que sobrevolaban en el aire sofocante de aquella pequeña y oscura habitación. Ya eran libres, pero daban vueltas, tropezaban y caían.

Decidida a ponerse de pie y abrir ventanas para dejar migrar aquel aire denso, posó sus pies desnudos en el suelo, y con gran fuerza levantó su cuerpo. Recordó las palabras de una amiga y se dijo a sí misma - Un paso a la vez, un paso a la vez... -

La emoción de escuchar nuevamente su propia voz la tambaleó un poco, las lágrimas le nublaron la vista y el tropezón fue inevitable. Cayó.
En el suelo y sin tiempo, Amanda dejó la vista perdida en algún horizonte inimaginable.

¿Qué pensaría? - pregunto yo (yo la escritora), y al igual que Amanda me pierdo en algún horizonte inimaginable... Pero de pronto a mis espaldas, liberándose de mí, sin siquiera darme la oportunidad de seguir escribiendo, Amanda me sonrió, tomó impulso y se levantó. Caminó hacia las ventanas meneándose con júbilo y dejó entrar por borbotones el aire fresco.

Aspiró la brisa como si en verdad hubiese perdido el sentido de hacerlo, espantó las heridas que aún volaban cerca, y gritó a todo pulmón:

.....M...!·? $*%+ |@/€¿)! |Ç#¬¿&)·+*^`[...
.....
segundos después se vistió color alegría y fue a comprar-se flores.
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Corazón de María

Desde sus 11 años María tenía el hábito de tomar diariamente un vaso con jugo de limón, apio, zanahoria, perejil y ajo. Su abuela le mentiría alguna vez al decirle que era una receta para mantener los ojos con brillo, y aprovechando su vanidad lograr darle un remedio para fortalecer su corazón.

Además de coqueta era simpática, desenvuelta, inteligente, con un tipo de humor único, y siempre llevaba consigo una sonrisa iluminada que desarmaba a cualquiera.

A sus 37 años seguía siendo la misma, con menos inocencia, más peso y aún bebía aquel menjunje verduzco casi con devoción.

- ¡Podrías hacer lo mismo!, le dijo una mañana María a una de sus amigas. Es fuente de vitaminas (sorbo), ayuda a cicatrizar heridas, es rico en minerales, favorece la circulación (sorbo), estimula el sistema digestivo y sobretodo (sorbo) le da brillo a los ojos - le dijo abriéndo sus ya de por sí grandes y hermosos luceros, para luego dejar escapar una amplia carcajada.

Algunas lunas después, la noche en que María murió, todas sus amigas tomaron la mezcla de limón, apio, zanahoria, perejil y ajo en su nombre. En este caso no importó haber encontrado entre sus manos inertes una nota con la frase: "Olvídenlo. No hay remedio pa'l corazón".

Imagen editada.
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Conversaciones

I

La noche estaba avanzada.
El frío se colaba entre mis sábanas
.........................................y yo dormitaba.

De pronto con un delicado crujido se abrió despacio la puerta de mi habitación, voltié de reojo, esperé que asomaras y una sonrisa nos unió.

- ¿Puedo...? - dijiste apenas en susurro.
- ¡Te esperaba! - dije acercándome a vos.
- Necesitamos hablar - balbuceaste.
- Estoy de acuerdo - alcancé a decir ya entre tus brazos.

Y no hicieron falta las palabras,
la conversación la mantuvo el cuerpo.

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II

Tomé el teléfono y marqué,
la factura era lo que menos me importaba.

- ¿Aló? - dijo su voz - construyendo un hueco en mi vientre.
- ¡Hola mi amor! - dije profundamente emocionada.
- ¿Quién habla? - respondió en convulso final.
........................................Y me derrotó, y me perdí, y morí...

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III

El vapor del té husmeaba en mi nariz y demoraba mis lágrimas.
Puñados de nervios adornaban la mesa.

- ¿No vas a decirme nada? - me dijo en bajo tono.
- ¿Tengo opción de cambiar tu rumbo? - le contesté con tristeza.
- Podés decirme lo que querás - insistió.
- ¡Entonces no te vayás! - supliqué.
- Ya tomé la decisión - aseguró con dureza.

Tomé sus manos y solté un gemido de impotencia,
el dolor me abrazó para no dejarme caer
y las lágrimas comenzaron a salir desde mi pecho.
En silencio me levanté de la mesa.

- ¡No te vayás! - dijo de pronto.
- Ya tomé la decisión - contesté.
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