El placer del bla bla bla…

De un lado a otro por la web, me encontré un artículo del reconocido psicólogo Walter Riso, ¡a este señor siempre es interesante leerlo!... (ya estaré publicando parte de sus artículos y pensamientos)…

Su escrito me pareció acertado. Como comunicadora (por nacimiento y profesión) comparto cada pensamiento de este artículo. Se los dejo para la reflexión personal… Besos.
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Conversar...
Somos hablantes por naturaleza. Nos gusta jugar con la palabra, sacarla, esconderla, enredarla, sentarnos en ella, patearla y aplastarla. Somos degustadores(as) del lenguaje, hablando nos recreamos.

Somos lingüísticos hasta por los codos y aunque practiquemos el mutismo a veces, siempre tenemos algo que decir. El lenguaje humano es invariablemente intencional, es decir, persigue un fin, hay una motivación subyacente que nos impulsa a comentar alguna cosa.

Nos gusta conversar. No importa de qué ni cómo, nos place esa doble mirada en la que podemos ser dos, sin dejar de ser uno. Todo diálogo implica complicidad, porque además de discursivo es afectivo.

No solo expresamos sonidos, sino que manifestamos ideas personales y estados internos. Conversar es el acto humano por excelencia, porque validamos al otro(a), lo(a) reconocemos como un igual que merece ser atendido(a) y escuchado(a).

Conversar es siempre de ida y vuelta o sea, no es un monólogo, ni dos monólogos recogidos, ni tres, ni un rumor o murmullo, es una construcción del “lenguaje”, donde fabricamos una realidad que nos define.

La mala noticia es que ya no conversamos. El saludo es una mueca, un mal necesario cuando ya no podemos esquivar al vecino(a). Tratamos de escapar a los encuentros, somos tan selectivos(as) que nos estamos quedando solos(as). Es que no nacimos para estar callados(as). Por eso es que el silencio enferma y deshumaniza.

La filosofía del bar, las tertulias, la polémica amistosa, la discusión creativa, todo parece haber entrado en el letargo de una falsa autonomía, que no es otra cosa que indiferencia. La filosofía de la conversación pretende vaciar la consciencia, desterrar los traumas, acariciarnos en las palabras y abrazarnos en cada enunciado.

Y no hablo del romanticismo rosa, sino de la comprensión cabal de que al hablar, al decir lo que verdaderamente pienso y siento, asumo mi vida y me responsabilizo ante ella.

Conversar es vincularse, establecer un lazo donde me relaciono no solo fonética, afectiva y conceptualmente, sino moral y éticamente. El lenguaje es un medio para herir o amar.

Volvamos a conversar, pero esta vez con más consciencia. Volvamos a revivir aquella maravillosa costumbre de secretear y desnudar el alma frente al otro(a) esperando que él o ella haga lo mismo: “Te cuento si me cuentas”.

Hablemos todo el tiempo, en la ducha, en la calle, en el cine, el los auditorios, en los escritos, en la poesía y el canto. Hablemos con Dios, (diosas), con los hombres y mujeres, las plantas, los animales y, sobre todo, conversemos con ese(a) insoportable narcisista que llevamos dentro.

Vale la pena recordar las palabras de Fernando Pessoa: “Me gusta decir, me gusta palabrear. Las palabras son para mí cuerpos tocables, sirenas visibles, sensualidades incorporadas”.

¡Conversemos, pues…!
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Desde mi...

Me rediseño sin pudor,
es sencillo mientras me encuentre sola
aunque el alma pierda el cálido murmullo de lo que soy...

Cada evento me convierte,
cada espacio me atrapa,
y en cada día me vuelvo a descubrir...

Soy una réplica en silencio,
una amalgama de sentimientos,
una voz que se escucha entre puntos y comas...

Desaparezco cuando me envuelvo,
me diluyo entre lo vivido...
me contradigo al darme por vencida...

Me arraigo a mis raíces y busco la firmeza de la tierra,
no estaré sola, buscaré y me encontraré con mi soledad...
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La noche me dejó con Wilson...

Salí a caminar ya sin lluvia, ya no escondo mi rostro...
Saqué cita con la noche y ella aceptó... caminé siempre lento y le conté lo que sentía, me sinceré con ella, la brisa golpeaba mi rostro como enfurecida...

La noche escuchó mi voz que se convertía y agonizaba en mi garganta... la brisa volvía a golpear... pero yo, yo... seguí hablando... tartamudeando quizá...

El frío influía en mi andar trémulo y en la voz entrecortada... el aire fresco entraba entre los hilos de mi pantalón roto que se desconcían con cada paso...

Caminaba sin sentido siguiendo mis pasos con la mirada y buscando en cada esquina una alcantarilla donde tirar lo que sentía...

Seguía... andaba... y cada esquina me desmoronaba...

Adelante... aún sin llegar al próximo drenaje visualicé de lejos a un hombre araposo que se esforzaba arrodillado por sacar algo de esa alcantarilla... apuré mi paso, llegué a él y le pregunté casi enojada “¿qué hacía?”...

No respondió... tampoco volvió su mirada...
¿Qué está haciendo? – le pregunté insistente y marcando el acento...
Silencio...

Se levantó con dificultad y siguió su camino cojeando en su despreocupado andar... lo seguí... caminé intrigada un paso detrás suyo... casi que arremedaba su ritmo... era como si tuviera que estar ahí...

Volvió su mirada un par de veces... dijo llamarse “Wilson no se qué...”... aunque oi a mucha gente llamarle “indigente”, “vagabundo”...

“¡Mmm sos una persona respetable!” - le dije - siempre estando un paso atrás - “¡te saludan de largo...!”... el sonrío irónico...

Caminamos, yo siempre atrás... Se sentó en un muro y yo hice lo mismo; dejamos colgar nuestros pies... La noche me dejó con Wilson...
Silencio inicial... sólo nos habíamos encontrado... él no me veía, no me daba la cara...

- “¡No botés más nada a la alcantarilla!”, me dijo de repente...
No me dejó recuperarme de mi asombro cuando volvió a hablar -“no lo botes, es tuyo, sale de tu adentro, te pertenece...”

Perpleja lo miré, sentía todo aquello como una burla en mi cara pero también sentía que sus palabras sólo eran para mí... Abrí mis labios para hablarle pero dijo: “y deberías tratar de no decir palabra alguna... escucha...”

Para ese momento estaba absolutamente sorprendida y continuó diciendo (aún sin mirarme): “lo que vos has dado y lo que se te quedó por dar no tiene porqué ser tirado... cada uno de tus sentimientos vale, no dejes que se vayan... son tuyos, son parte de vos... ¿no te das cuenta que es tu escencia la que estás dejando ir...?

Yo... para ese momento extraviada y confusa no dejé de mirarlo... seguía cada uno de sus movimientos y a mis ojos los cubría cierta bruma: “Llora, tranquila, sí llora... revolcáte en tus sábanas, escribí, grita si querés, enojate, reprochá, abrí tus heridas, reventá... ”

Acomodó su escurrido cuerpo y en medio de algunos movimientos sacó del bolsillo de su sucio pantalón un monton de sentimientos ahogados... ¡eran todos míos!, los reconocí a primera vista... ¡eran todos míos!...

Por primera vez me miró fijamente y entregándome aquel puño de emociones inertes, empapadas de agua me dijo: “escurre el dolor de tus sentimientos y no te sientas mal de haber amado... amar no es un error...” y dejándome en silencio se marchó...
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Traficante de emociones...

En aquel pedazo de acera húmeda me he sentado por un rato... no he podido seguir; el vaivén de la vida, los caminos que transitamos y lo que con ella pasamos me ha demandado sentarme, de otra forma no podría seguir...

Ahí sentada vi la lluvia caer, vi la corriente de agua que pasaba por la alcantarilla y entre ella algunas lágrimas perdidas...

Aquel ir de aguas también llevaba hojas secas y besos, iban palabras revueltas con sentimientos, algunas hojas de papel arruinadas, emociones, ilusiones, afecto y hasta pasión partían por el mismo drenaje...

Por horas y bajo la lluvia observé la misma corriente... decidí entender dónde iba a caer todo... clavé mi mirada en el fondo de aquella ruidosa alcantarilla y no disimulé mi asombro...

Entre el agua estancada de aquel hueco sin fondo habían rosas, cartas, lunas... entre el agua suspendían sonrisas, sueños, promesas... allí parecía desembocar lo que duele, lo que lastima, lo que termina y hiere...

Retrocedí de pronto y busqué... busqué en otras esquinas, en otros pedazos de acera húmeda... y ahí estaban... por aquí y allá amantes sin su otra parte, cada quien en su dolor.

Caminé lento y me senté al lado de quien hallé primero. Ella lloraba porque él se fue y no entendía las razones, el porqué... quise aconsejarle que no tratara de encontrar explicaciones, a veces no se puede entender, a veces sólo es lo que es... (silencio)... le entregué lo que ella había tirado por la alcantarilla...

Seguí mi andar, me senté a su lado... él, con la mirada perdida sufría porque trató de dar lo mejor, insistió, luchó, buscó a su amor, pero ella... ella de alguna forma no estaba... traté de explicarle que no podía solo, que el amor es un arte para dos y a veces las otras partes solamente no están... me fui... pero antes le entregué lo que él había botado por la alcantarilla...

Encontré a una tercer amante sola, que entre gruesas lágrimas repasaba lo vivido, recordaba cada palabra con que ella la ilusionó, los pocos minutos que vivieron juntas, cada gesto y manifestación... le aseguré que no siempre tenemos lo que deseamos, que hay que luchar por metas y sueños, pero no por ilusiones que guarda nuestro corazón... le entregué lo que había lanzado por la alcantarilla... me levanté y me fui...

Caminé muy despacio bajo el aguacero con las manos entre las bolsas y recibiendo agradecida la lluvia en el rostro, lluvia que al fin y al cabo disimulaba las lágrimas que lloraba...

Caminé por largo rato y después de algún tiempo escuché entre los charcos, un paso precipitado que trataba de alcanzarme. Di la vuelta y ella... -la última amante- venía a entregarme lo que yo había botado por la alcantarilla...

Una sonrisa significó la despedida y un agradecimiento recíproco por devolvernos aquello que no hemos perdido...

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