Caminé algunas calles zapateando sobre
el agua que dejaba
la lluvia sobre la acera.
Otra vez
me encontré buscando el
refugio de
mi viejo café de la esquina...
Caminé con frío
abrazada a mí; agotada; sin prisa,
más lento que ayer...
la mirada
en ningún lado y lo conciencia
peor.
Llegué a la puerta azul y
ya el alma se desprendía,
halé aire,
suspiré, y de
una vez entré...
Sonó la campanilla
de aviso,
¡¡¡alguien había llegado!!!...
Miradas y sonrisas en silencio me esperaban
sin yo saberlo, un aire de calidez
me abrío el pecho. A la distancia,
mis ojos encontraron aquella mesa con olor a madera
reservada para mí, y a
aquel rincón me dirigí
sin pausa, sonriente y con la
cadencia de siempre, taconeando el suelo,
mordiéndome el labio,
empoderada, regia, coqueta, pícara,
segura......
¡Y entonces al llegar!... asumí la derrota y rompí en llanto... ... ...
Aquel rincón, aquella oscuridad y
el primer café, consolaron mi estado,
sostuvieron mi derrumbe, anclaron
a tierra mis pies...
Y por horas callé, enmudecí...
Café tras café y
mi voz se perdía.
Vinieron palabras amigas,
conversaciones, sonrisas, sin embargo,
el alma dolía y mi voz
nunca respondió...
Esa noche, camino a casa y
en medio de aquella penetrante tristeza, pude
darme cuenta que el silencio... que el silencio... que
el silencio a veces grita....