Disculpe... Nosotras podemos...

Llegué un domingo por la mañana a la casa de mi amiga Miriam y cuando entré, (porque la puerta estaba abierta), un hombre desconocido, un tanto desordenado y con aires de grandeza daba la bienvenida como cual dueño de casa, reposado en el marco de la cocina, con los brazos cruzados y casi con actitud de ¿a qué hora sirven el desayuno?...

Con un ronco y sonoro ¡buueenaaaas! habló luciéndose y "saludándome", pretendiendo quizá recibir de mi parte un saludo igual de "amistoso"; pero por el contrario y todavía sorprendida le pase de lejos buscando alguna cara conocida que me hiciera sentir cómoda.

En la cocina encontré a Miriam y por fin respiré...

No entendía porqué el señor caminaba por aquí y allá con tanta confianza, prestando atención a conversaciones ajenas a él y queriendo parecer amable.

Su presencia me desagradó, su vibra me chocó, su actitud de macho empoderado simplemente me fastidió.

Sin darle mayor importancia me olvidé de su existencia y junto a Nancy y Miriam me senté en la sala unos minutos a hablar...
La tertulia nos llevó a compartir varios temas... pero de repente el señor de pantalones de mezclilla cortos, botas caterpillar y medias blancas hizo acto de presencia entre nosotras, encendió un cigarro y a un metro de distancia y con toda confianza se sentó con nosotras a fumar... ... ... ...

De repente: ¡silencio!...
Nancy y yo intercambiamos miradas y bastaron cinco, tal vez siete segundos para que las tres con expresiones muy directas lo mandáramos a irse y "aspirarse" la vida en otro lado.

Se rió... se rió creo que nervioso, tal vez pensó que era una broma, pero entonces sin necesitar más palabras y valiéndonos de nuestro lenguaje corporal y facial le dejamos claro que no lo era.
Se alejó tal vez solo dos metros más.

- ¿Quién es ese? – pregunté con el ceño fruncido. (No tengo que hacer mucho esfuerzo para mostrar cuando alguien no me agrada).
- Es el que arregla las goteras – me explicó Miriam.
- ¡Pero huele a guaro! – dije, haciendo alusión a su estado sabiendo que iba a trabajar en el techo.
- Él no hace nada si no es con guaro – replicó Miriam...

Y como no me interesa juzgar, traté de ignorar el tema y seguimos hablando... nosotras... las tres.

Ya casi me iba pero Miriam trataba de amarrar un hilo a una caja, que yo tenía que llevarme.

El tipo nos veía, nunca dejó de hacerlo.
Se acercó...

Miriam seguía con la caja y el hilo. Él se acerco más. Yo lo “medía”.
Terminó de acercarse.

Traté de ayudar a Miriam con la caja y de pronto él irrumpió la escena, nos arrebató el hilo sin preguntar y ya hacía alarde de su astucia.
Pero indignada, más por su actitud que por su irrespeto, tomé de nuevo el hilo y paré la escena diciéndole: - ¡Señor disculpe nosotras podemos hacerlo!.

El contradijo mis palabras con sus modos y mientras veía con atención el trabajo de Miriam movía su cabeza en señal de negación y desacuerdo.

De nuevo me dirigí a él y le dije: - ¡que no se haga a su forma no significa que esté mal hecho señor!...

Miriam terminó el nudo exitosamente. Al darse cuenta de eso el tipo retrocedió y salió por la puerta malhumorado.

Miriam le preguntó mientras él ya se iba: - ¿Y las goteras?
El tipo sólo contestó enfurecido: ¡Después vuelvo!

Se fue...
Se fue y no me dejó decirle: - ¡Nosotras también podemos con las goteras!...
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